Para muchos chilenos, perder en la Corte Internacional de Justicia ante
Perú ha significado un trauma y no es para menos. Pero, ¿Chile es un país perdedor?
El 21 de abril de 1994, el Tribunal Arbitral, comenzado el
gobierno de Eduardo Frei Ruíz-Tagle constituido en Río de Janeiro, dio a
conocer el fallo que, por tres votos a favor y dos en contra, le entregaba a
Argentina parte importante del territorio de la Laguna del Desierto.
La noticia cayó como balde de agua fría en Chile,
particularmente en la clase política, donde no se esperaba que la resolución
fuera tan desfavorable a las aspiraciones chilenas.
Aunque el impacto fue igual de fuerte en todos los sectores,
la actuación de la coalición opositora fue la más dura. Mientras en el
oficialismo hacían urgentes llamados a enfrentar con unidad el difícil traspié
diplomático, desde la vereda opuesta criticaban que el gobierno de Frei hubiera
aceptado el fallo con tanta rapidez y exigían que se estudiara su impugnación.
Como una muestra del clima que se vivía en ese país, al día
siguiente del anuncio el medio chileno La Tercera tituló: “Tribunal nos quitó
Laguna del Desierto”. Y parlamentarios y dirigentes de la entonces oposición
apuntaron sus dardos hacía el ex presidente Patricio Aylwin, quien en conjunto
con su par argentino Carlos Menem, impulsó que ambos países acudieran a un
tribunal arbitral para resolver la disputa por el territorio, tal como se había
acordado en el Tratado de Paz y Amistad de 1984.
Así, el senador de la época, Beltrán Urenda, afirmó que
“el resultado del arbitraje es profundamente lamentable y representaría,
quizás, la peor derrota diplomática de Chile, en su historia”.
Incluso, por esos días, el otrora comandante en jefe del
Ejército, Capitán General Augusto Pinochet Ugarte, lamentaba el perjuicio
territorial, asegurando a la prensa que “he llorado la pena de perder una
tierra”.
Otro de los molestos por lo sucedido fue el senador
chileno Antonio Horvath. Conocedor de la
zona, nunca se ha conformado con la pérdida del territorio.
Sus planteamientos de
la época eran que “el error grave como canciller lo cometió (Enrique) Silva
Cimma. “Él fue el causante, junto con el Presidente de la época, de entrar en
este zapato chino. Nunca en la historia chilena se ha manejado peor un tema
fronterizo, como en el gobierno de Patricio Aylwin y, como herencia, en el
actual. Uno puede hacer integración con los países vecinos; pero nunca a costa
de sacrificar territorio de su soberanía”.
Pero una de las reacciones más duras provino del jefe de la
bancada de diputados de Renovación Nacional de la época, el diputado Arturo
Longton. El parlamentario no dudó en culpar derechamente a la coalición
gobernante de “debilidad” en la defensa de los intereses territoriales de Chile.
“Aquí hay una responsabilidad política histórica de un sector que hoy gobierna
al país. Esta es una muestra más de la debilidad de los gobiernos de la
Concertación en la defensa de nuestro territorio y soberanía”, enfatizó
Longton. Y añadía: “Hemos llegado hoy a un fracaso rotundo de la política que
ha venido sosteniendo la Cancillería en los últimos años”.
otro senador que criticó l perdida de territorio fue esta vez
Hernán Larraín, quién criticó con dureza
al gobierno. No solamente sostenía que el cuestionado fallo “debe ser
impugnado”, sino que “el gobierno debe entender que la situación actual es
fruto de sus determinaciones, las que han sido llevadas adelante en el
ejercicio de sus prerrogativas exclusivas”. E instó a los máximos
representantes de los dos gobiernos involucrados a “hacerse cargo” de la responsabilidad
política que el fallo implicaba.
La derecha, a través de varios de sus representantes en el
Senado, acusó al gobierno de “falta de prudencia” y “precipitación” por
someterse al arbitraje que trajo como resultado un fallo adverso para Chile.
El entonces senador
Francisco Prat no se quedó atrás,
señalando que el fallo fue el resultado “de acciones muy desacertadas del
gobierno del ex Presidente Patricio Aylwin” y criticó el manejo de la política
exterior de Chile en ese periodo.
Según dijo, “el régimen de Aylwin desarrolló una política
exterior buscando la espectacularidad, en una maniobra que pretendía hacer
aparecer que el país había estado aislado internacionalmente durante 17 años y
que, entonces, con el advenimiento de la democracia ocurría lo contrario”.
Pero si el fallo de tres contra dos a favor de Argentina ya
era objeto de críticas y amonestaciones hacia las administraciones que
intervinieron, no fue mejor tomado el hecho de que el gobierno anunciara
inmediatamente que sería acatado. Esto también fue objeto de fuertes
recriminaciones. Algo que contrasta con la actitud que frente a la disputa
marítima con Perú ha mostrado el mismo sector, desde donde no dudan en destacar
la “tradición” de Chile en cuanto a respetar las resoluciones de los organismos
internacionales.
En este sentido, el entonces Jovino Novoa, advirtió en el gobierno “una
actitud de entreguismo y ésta debe ser revertida con la legítima defensa de
nuestros derechos”.
Incluso se realizó un consejo directivo ampliado
extraordinario para estudiar el escenario; mientras que sus socios efectuaron una comisión política con similar
objetivo.
Tras la comisión política, el secretario general de la época
Roberto Ossandón, declaró que, a raíz del fallo, “la Concertación ha hecho de
Chile un país perdedor” y añadió que “estamos pidiendo explicaciones al
gobierno de cómo y cuáles fueron los fundamentos de defensa de los intereses de
todos los chilenos y de por qué se obtuvo este pésimo resultado”.
El ex canciller chileno Hernán Felipe Errázuriz, adoptó una posición
similar. Por esos días subrayó que “nos hemos transformado en perdedores en el
ámbito internacional, debido a gruesos errores de apreciación, estrategias
equivocadas y a la aceptación de foros e instancias perjudiciales para la
solución de controversias vecinales”.
Lo que también perdió
Chile.
La Guerra del Pacífico (1879-1883), Chile se enfrentó contra Perú y Bolivia. Sobre
esta guerra, la historiografía tradicional chilena cuenta que la victoria sobre
Perú y Bolivia tuvo como resultado la expansión territorial y la hegemonía
sobre el Pacífico.
Es la imagen más común
que circula hasta hoy en los medios de comunicación chilenos e incluso entre
peruanos y bolivianos. En este artículo queremos revisar esta versión de la
historia de la Guerra del Pacífico a partir de algunos historiadores chilenos
que proponen una lectura alternativa: Chile perdió más territorio del que ganó
a Perú y Bolivia al “ceder” la Patagonia a la Argentina por el tratado de
límites de 1881.
La historia empieza en 1843. Ese año el presidente de Chile,
Manuel Bulnes, envió una misión militar que construyó un fuerte en las
proximidades del estrecho de Magallanes. Este era el primer paso del gobierno
chileno para ejercer su soberanía efectiva y colonizar la Patagonia.
Cerca del fuerte se estableció una colonia chilena que se dedicó
al comercio con los indios tehuelches, la crianza de ovejas, la explotación de
carbón mineral y la caza de lobos de mar. Después de cuatro años de silencio,
en 1847, el gobierno argentino de Juan Manuel Rosas reclamó por la instalación
del fuerte e invocó derechos sobre la Patagonia. Según Isidoro Vásquez de
Acuña, autor de la Breve historia del territorio de Chile (1991), Chile
solicitó que ambos países presentaran títulos de dominio sobre la zona en
cuestión, pero Argentina difirió esta confrontación porque no contaba con
respaldo documental. En realidad, la controversia por la Patagonia recién
empezaba.
En 1856, Chile firmó con Argentina un Tratado de paz,
amistad, comercio y navegación, el cual significó un avance de los intereses
chilenos. En el artículo 33 de este tratado se estableció que ambas partes
reconocían como “límites de sus respectivos territorios, los que poseían como
tales en tiempo de separarse de la dominación española el año 1810”.
Asimismo, se señaló que en caso de controversia las partes
debían evitar actos violentos y recurrir al arbitraje de una nación amiga. Era
casi una victoria chilena, pues el gobierno contaba con cédulas reales, mapas y
otros documentos coloniales que avalaban que la Patagonia estaba bajo la
jurisdicción de la Capitanía General de Chile en 1810.
Sin embargo, la Argentina nunca abandonó sus pretensiones por
la Patagonia, y a partir de 1859 inició un proceso de penetración y
colonización creando fuertes militares y pequeñas colonias para ejercer control
efectivo de ese territorio.
Dos elementos jugaban a favor de Argentina: su fácil acceso a
la Patagonia (los chilenos debían atravesar los Andes o viajar por mar para
llegar a ella) y la presión demográfica que, como consecuencia de la política
inmigratoria, facilitaba una estrategia de colonización de la Patagonia.
Por su parte, Chile
tuvo una política errática y la población que se expandió desde el fuerte
Bulnes (trasladado y refundado luego como Punta Arenas) llegó solo hasta las
riberas del río Santa Cruz. La Patagonia era percibida como un territorio
desértico y, por su desconocimiento, pobre en recursos naturales.
En las décadas de 1860 y 1870, ambos países trataron de
llegar a acuerdos limítrofes sobre la Patagonia, pero al parecer la política
argentina consistía en evitar el arbitraje consignado por el Tratado de 1856 y
colonizar la Patagonia para dirimir sobre hechos consumados.
A esto se sumaron los
vientos de guerra entre Bolivia y Chile que llevaron a la “alianza secreta”
entre Bolivia y Perú. La Argentina fue invitada a adherirse a la alianza y la
Cámara de Diputados aprobó el tratado, pero no se llegó a aprobar en la de
senadores. Este amago de adhesión será a la larga el principal instrumento para
presionar al gobierno chileno por concesiones territoriales.
En 1878, cuando la guerra entre Chile y Bolivia ya era
inminente, un incidente casi provoca la guerra entre Argentina y Chile. Aunque
la armada chilena era ampliamente superior a la argentina, el conflicto se
frenó porque el interés de las elites estaba puesto en los ricos yacimientos de
salitre en Atacama.
No obstante, cuando se declaró la guerra y en abril de 1879
las fuerzas militares chilenas se movilizaban hacia Bolivia, el ejército
argentino dirigido por el general Julio A. Roca llevó a cabo la “campaña del
desierto” ocupando la Patagonia. A este acto le siguió la presión diplomática
que concluiría en el Tratado de límites de 1881.
La presión diplomática argentina consistía en amenazar a
Chile con ingresar a la guerra a favor de Bolivia y Perú. En abril de 1879, el
representante peruano en Buenos Aires, Víctor de la Torre, mantenía
conversaciones con el gobierno argentino para que le vendiera armas al Perú (e
incluso acerca de su posible ingreso a la guerra). Sin embargo, señala Ezequiel
González Madariaga (Nuestras relaciones con Argentina. Una historia deprimente,
1970), Argentina informaba a Chile de las tratativas peruano-argentinas para
presionar sobre el diferendo en torno a la Patagonia.
Así lo afirmaba De la Torre en una carta dirigida al ministro
de Relaciones Exteriores, José de la Riva-Agüero, con fecha de 26 de abril: “Es
indudable, señor Ministro, que la exigencia de notas para la adhesión y para
resolver algo sobre el comercio de armas, tiene por objeto amenazar con ellas
al Plenipotenciario de Chile, a fin de hacerle ceder de sus pretensiones”.El
resultado de esta presión fue la firma del Tratado de límites (23 de julio de
1881), gracias al cual Chile “cedió” la Patagonia, parte de la Tierra del Fuego
y parte del estrecho de Magallanes.
Según Ezequiel González Madariaga, el territorio ce-dido
significó más de 750 mil kilómetros cuadrados. Isidoro Vásquez de Acuña habla
de más de un millón dekilómetros cuadrados. ¿Por qué aceptó Chile entregar la
Patagonia? Básicamente porque el interés principal de las elites de ese momento
estaba en las salitreras de Antofagasta y Tarapacá.
El historiador chileno Luis Ortega, autor de “En torno a los
orígenes de la guerra del Pacífico” (2006), señala la influencia de la Compañía
de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, de capitales británicos y chilenos,
sobre el gobierno de Chile.
Anota Ortega que varios de sus accionistas tenían altos
cargos políticos: Miguel Saldías (diputado), Alejandro Fierro (ministro de
Relaciones Exteriores), Alejandro Puelma (diputado y hombre de confianza del
presidente Aníbal Pinto), Antonio Varas (diputado y ministro del Interior),
Julio Zegers (ministro de Hacienda), Rafael Sotomayor (ministro de Guerra),
Jorge Heneeus (ministro de Justicia). Pero el más destacado fue el diputado
Domingo Santa María, nombrado ministro de Relaciones en re-emplazo de Fierro y
luego elegido presidente de Chile en las elecciones de 1881.
Es decir, las elites chilenas lograron convertir sus intereses
particulares en interés nacional. Si estas elites chilenas habrían tenido
intereses económicos en la Patagonia, lo más probable es que nunca hubiesen
cedido tan extenso territorio. Los pequeños propietarios que se habían
instalado en la Patagonia no tenían el peso político para hacer que el Estado
defendiera sus intereses. Así, lo que prevaleció no fue la visión de futuro de
las elites chilenas, sino sus fines de corto plazo.
Por otro lado, si el ejército chileno no habría estado
concentrado en la ocupación del Perú, Chile habría podido defender o negociar
con mayor ventaja un tratado de límites con Argentina. En ese sentido, el
Tratado de 1881 es consecuencia y derivación de la Guerra del Pacífico.
Lo curioso de esto, es que en el siglo XX se descubrieron
yacimientos de petróleo y, en las últimas décadas, la explotación del gas. Ironías
de la historia: el gas que extraía Argentina de la Patagonia se lo vendía a
Chile. En 2005, el gobierno argentino restringió la exportación de gas a Chile,
y ante lo inviable de obtenerlo de Bolivia, Chile tuvo que importarlo del Asia.
Así, la victoria contundente que infligió Chile al Perú y Bolivia encierra la
paradoja de haber perdido más territorio que los obtenidos, así como
importantes recursos naturales que las elites no supieron prever.
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