Sin la presencia del presidente
de la Republica Ollanta Humala ni del alcalde de Lima, Luis Castañeda, se llevó
acabo en la Plaza San Martín una ceremonia conmemorando 165 años del
fallecimiento del libertador Don José de San Martin.
Durante la ceremonia, estuvo
presente embajador de La República Argentina en Perú, Dario Pedro alessandro,
quien tuvo palabras de elogio hacia aquel hombre que entrego su vida por la
libertad para las independencias de la
Argentina, Chile y Perú.
Asimismo, estuvieron presentes
los representantes del Instituto
Sanmartiniano del Perú, como representantes militares de las tres Fuerzas Armadas y la Policía Nacional del Perú.
También estuvieron presentes agregados militares de otros países.
En la plaza San Martín se pudo
apreciar ofrendas florales del Mnisterio de Defensa, de la Municipalidad de
Lima, de la República de Chile, de la Policía Nacional del Perú, del Ejército
del Perú, de los Fundadores de la Independencia y de la Gran Logia del Perú.
Otro dato curioso es que en este
acto tan importante, estuvieron ausentes
los padres de la Patria y que brillaron por su ausencia.
Cabe recordar que, San Martín
ocupó Lima y reunió un cabildo abierto el 15 de julio. El día 28 de 1821, ante
una multitud reunida en la Plaza de Armas de Lima, San Martín declaró la
independencia y fue nombrado Protector del Perú con autoridad civil y militar.
Formó su ministerio con los
ministros Hipólito Unanue, de Hacienda, Juan García del Río, de Relaciones
Exteriores y Bernardo de Monteagudo, de Guerra y Marina. En el mes de octubre
dictó un Estatuto Provisorio de Gobierno, en el cual se establecía la división
territorial, la libertad de vientres, y la libertad de los indígenas de los
tributos específicos.
Fundó la Sociedad Patriótica,
formada por 40 ciudadanos peruanos, a quienes consideró los más ilustrados
entre los decididos por la causa independentista. Esta se enfrascó en
discusiones sobre la forma más conveniente de gobernar el país, entre la
monarquía constitucional que apoyaba San Martín y defendían los ministros
Unanue y Monteagudo, y la república, que defendían Manuel Pérez de Tudela y
Mariano José de Arce. En apoyo a sus ideas monarquistas, envió a García del Río
y Diego Paroissien a Europa, a conseguir un príncipe de la Casa de
Sajonia-Coburgo-Gotha, para que reinara en el Perú. También debieron contratar
un empréstito para continuar la campaña militar.
Estableció la libertad de
comercio y la libertad de imprenta, pero no permitió otro culto religioso que
el católico. Expulsó a miles de españoles notoriamente contrarios a la
independencia y confiscó sus bienes.
San Martín envió una serie de
campañas para incorporar al Protectorado al resto del Perú, pero algunos triunfos
parciales no pudieron evitar que el Virrey se hiciera fuerte en la Sierra,
fijando su capital en Cuzco; el Protector no tenía fuerzas para enfrentarlo con
probabilidades ciertas de triunfar.
Durante su protectorado recibió
una carta del general Antonio José de Sucre, lugarteniente de Simón Bolívar,
para la campaña en el territorio de la Presidencia de Quito (actual Ecuador),
en el que reclamaba la incorporación a la misma del batallón Numancia.
Esta
unidad, compuesta de venezolanos y neogranadinos, había sido formada en
Venezuela en 1813 y enviada al Perú tres años más tarde en por Pablo Morillo. A
poco de desembarcar San Martín en territorio peruano, se había pasado a sus
filas. San Martín se negó a perder la excelente unidad, y en su lugar envió una
División Auxiliar al mando de Andrés de Santa Cruz ―en su mayoría compuesta por
tropas inexpertas― que participaron en las batallas de Riobamba y Pichincha.
Entre los días 26 y 27 de julio
de 1822, se realizó la Entrevista de Guayaquil, donde se reunió con Simón
Bolívar, teniendo como tema principal la liberación del Perú, principal
baluarte realista en Sudamérica. Tras una conversación privada, cuyo contenido
solo se puede conjeturar, cedió a Bolívar la iniciativa y conclusión de la
campaña libertadora.
Luego de ceder la posta a Simon
Bolivar, San Martín erradicó en Francia. En marzo de 1848, al estallar la
revolución de ese año en París, se trasladó a la ciudad costera de
Boulogne-sur-Mer, estableciéndose en una habitación alquilada. Allí falleció a
la edad de 72 años, a las tres de la tarde del 17 de agosto de 1850, en
compañía de su hija Mercedes y de su yerno.
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